Egipto

Dentro de la pirámide

Traducido por Silvia Čiháková Aquilar


Capítulo 2

Esta vez no había oscuridad, lo que Bara después de sus últimos dos viajes consideraba como un buen cambio.

Por el contrario había agua por todas partes.

Qué asco, pensó Bara, después de empezar a acostumbrarse a la luz. Estaba de pie y el agua le llegaba hasta las rodillas, y además el fango le alcanzaba por lo menos hasta los tobillos, y alrededor de ella una densa cantidad de tallos muy altos y verdes, eran unos escapos de forma triangular. Alcanzaban lo alto más allá de su cabeza, podrían medir tres metros y no tenían ningunas hojas así como los juncos, solamente en la punta unos como penachos verdes. Su forma recordaba esa brillantina de estaño en las brochetas que pinchan en los restaurantes dentro de las copas de helado junto a una sombrillita de papel y otras bufonadas como diría papá.

Esto si que es una hierba muy alta, pensó Bara, incluso podría encontrarme en algún lugar de dinosaurios. Allí crecían esas plantas de cola de caballo como columnas de telégrafo y se las comían los brontosaurios. Y otros ¨sauros¨. Solo que, al mismo tiempo dedujo, que si estuviera en la época de los dinosaurios, entonces estaría desnuda.

Y no estaba para nada desnuda. Llevaba puesto un vestido blanco de tela ligera, que le quedaba un tanto ceñido. Era básicamente algo como un tubo, que terminaba debajo de los brazos y al cual estaban cosidas dos anchas hombreras. Qué tan largo era el vestido, eso no lo sabía Bara aún porque estaba de pie dentro del agua.

Lo desagradable era que ese junco-no junco había crecido tanto que no podía mirar más allá hacia donde pudiera ir. Encima de eso hacía mucho calor y no se movía ni una sola hoja. O mejor dicho ningún penacho.

Bara suspiró y emprendió el camino. Inmediatamente pudo descubrir que su vestido era muy estrecho, porque en él no podía dar pasos largos. A continuación resultó que la tela era bastante fina, porque se oyó un despiadado raaas y ahí sí que Bara pudo finalmente dar un paso muy largo. No estaba segura si debía sentirse contenta por eso o no, ya que ese raaas le llegó por la parte izquierda casi hasta el trasero.

Abrirse paso entre los escapos era muy difícil, porque de la parte de abajo eran tan fuertes como sus manos y era casi imposible apartarlos, para poder atravesar el camino entre ellos, además vadear con el agua hasta las rodillas ya requería en sí mismo mucho trabajo. En el fango, debajo de la superficie, también se arrastraban diversas raíces y troncos, los cuales naturalmente no podían verse, y Bara se tropezaba con ellos y en muchas ocasiones dolía mucho, así que en muchas ocasiones se veía hundida de fango hasta las rodillas de fango y con mucha dificultad lograba sacar las piernas de allí. Después de algunos metros corría su sudor a torrentes y tenía ganas de llorar, porque tenía un gran temor de quedarse ahogada en ese fango. Ni siquiera había un lugar donde pudiera descansar, porque aunque encontrara un lugar libre donde sentarse, lo único que quedaría fuera del agua habría sido tan sólo la cima de su cabeza. Tenía miedo de parar y tomar un respiro, porque no sabía cuánto tiempo le quedaba hasta el anochecer. Y pues sería muy mala idea quedarse dentro del fango al llegar la noche.

Maldito atlas, se enfadaba en silencio. ¿Por qué me arrojó en un pantano? ¿Por qué no me llevó a un lugar seco? Eso lo hace solo para causar fastidio. Pero es que cuando regrese, ya se las verá conmigo, pensaba con un tono vengativo. ¡Sin pena le arrancaré por lo menos cinco hojas, para que vea cómo se siente! Igual, esos sus mapas ni siquiera guardan un sistema que se pueda entender ni seguir lógicamente, así que al final ni importa cuantas hojas le arranque. Y después voy a ir quemando una por una muy despacito sobre una vela, para que mire. Así mismo. Todo eso le voy a hacer.

Mientras ideaba la venganza contra el malicioso atlas, ni siquiera notó que los tallos comenzaron a hacerme más finos. Al mismo tiempo, el fondo también descendía, por lo que el agua casi le llegaba al vientre, y cuando tropezó, se sumergió por completo. Dado el calor que hacía, no le importó tanto, pero como ya estaba cansada, casi la hizo llorar. Se detuvo para descansar y miró a su alrededor.

El follaje realmente parecía terminar. Pero después de unos metros, comenzaba otro. Sin embargo, cuando Bara miró a la derecha, a través de los tallos que se hacían menos densos, vio un espacio libre, y detrás de él, sorprendentemente, una orilla y en la orilla, casitas. Pequeñas casitas que brillaban deslumbrantemente blancas al sol, detrás de las cuales se alzaban imponentes murallas. Como si en medio de la ciudad, porque sin duda era una ciudad, hubiera un castillo. Pero sin torres. Solo se veían los muros, y además, sin almenas.

La orilla estaba bastante lejos, pero cuando Bara miró a la izquierda, el agua libre de vegetación pronto terminó y desde la distancia, otro follaje le saludaba burlonamente con sus verdes hojas. Así que ni por ahí llevaba el camino y la única opción para llegar a tierra seca era vadear o nadar hacia el pueblito. Y así que dio el primer paso. El agua le llegaba más o menos hasta la cintura, pero en el barro había menos cañas y raíces, lo que le permitía caminar un poco mejor. Se decía a sí misma que cuando el agua le llegara al pecho, comenzaría a nadar, y eso le daba un poco de miedo, porque el agua, como resultó, cuando no la detenían esos raros tallos triangulares, no era agua estancada.

Era un río ancho, y aunque fluía en línea recta, a Bara le preocupaba que la corriente finalmente la arrastrara. Estaba a punto de empezar a nadar cuando oyó un grito de advertencia detrás de ella:

¡Rápido, al bote!"

Casi se ahogó del susto.

Cuando se volvió, vio una barca de cañas. Debía haber llegado silenciosamente desde lo detrás de un espeso bosque de cañas que estaba tratando de esquivar. En la proa del bote estaba un hombre con la cabeza afeitada y una falda blanca que llegaba por encima de las rodillas. Sostenía un cuchillo en la mano derecha y se lanzaba al agua.

Si esto fuera una película, seguramente todo esto sería una serie de escenas en cámara lenta, muy, muy lenta, con música dramática de fondo. Mostraría al cazador volando por el aire con los brazos extendidos, aterrizando en un tronco grisáceo que hasta ahora, desde lo que Bara podía percibir, no se veía porque yacía casi completamente bajo el agua. El tronco se sacudió poderosamente, revelando que no era un tronco, sino un cocodrilo. El cazador lo sujeta firmemente con las piernas y la mano izquierda libre, que envuelve alrededor de la mandíbula dentada, con su antebrazo apenas evitando quedar atrapado entre las mandíbulas, y con el cuchillo intenta apuñalar el corazón del cocodrilo.

Se agitan tanto en la superficie como debajo del agua, y el agua salpica de manera llamativa a la cámara, mostrando a veces el vientre amarillo claro del cocodrilo, otras veces la bronceada espalda del cazador. En segundo plano, mientras la persona que está siendo rescatada, es decir, Bara, intenta llegar al bote y tropieza, cae al agua, la cual, por supuesto, se le mete en la boca, escupe y hace salpicar, por lo que le falta el aliento para gritar y chillar, aunque tenga muchas ganas de hacerlo.

Finalmente, Bara logra llegar al bote, lo cual, por supuesto, no significa que haya ganado, porque aún tenía que meterse en él. Y aquellos que hayan intentado escalar en el agua sobre un colchón inflable saben a lo que me refiero. Además, esto no era un colchón, sino un bote que también tenía costados, y era aún más difícil meterse en él. Sin embargo, el miedo al cocodrilo era tan grande que Bara sería capaz de treparse corriendo por una pared de vidrio totalmente vertical, y así, en poco tiempo, estaba sentada en el bote. Agarraba las barras laterales con fuerza porque el bote se sacudía. Escupía el agua que había inhalado hace un momento, y además, lloraba de miedo, por lo que le salía por los ojos, por la nariz y, encima de todo eso, baboseaba, lo cual no era precisamente digno. Sin embargo, no estaba pensando en eso en este momento. Observaba ansiosamente lo que sucedía en el agua.

El agua estaba agitada y espumosa, y el sonido de un enorme cocodrilo azotando el agua con su cola no se escuchaba en la superficie. El cocodrilo, incapaz de salir debido al cazador que lo mantenía fuertemente atado, agitaba sus brillantes escamas mientras intentaba liberarse. Bara no podía reconocer que estaba pasando con tantas olas agitadas.

Después la espuma se tiñó totalmente de rojo.

Bara sientió como se le detuvo el corazón en el pecho, porque no sabía de quién era la sangre. El cocodrilo aún se revolcaba en las aguas con el mismo ímpetu. A Bara le venían en mente todas las documentales que había visto en la televisión sobre cocodrilos. No tanto que estuviera buscando precisamente películas sobre cocodrilos, pero le gustabn los docuementales sobre animalitos y los cocodrilos pues, también son animalitos. Pero desde ahora ya no. Ahora ya los podía catalogar como terribles creaturas. Por ejemplo como el cocodrilo marino que crece hasta los 8 metros, recordó. Sin embargo el agua aquí era dulce,de lo que ya había tenido Bara oportunidad de saborear, así que no era ningún cocodrilo de mar, y sobre todo no tenia para nada los 8 metros.

Bara también recordó que cuando e cocodrilo atrapa a su presa, la arrastra bajo el agua y la ahoga. A veces decide guardarla para "los peores momentos de mayor hambre". No puede masticar, así que se la traga a trozos enteras, y a veces se retuerce y gira alrededor de su eje con tanta fuerza hasta que le arranca un pedazo, ya sea de carne o incluso una pierna entera del cuerpo de su presa. Y luego lo engulle todo. La fuerza de la mandíbula es increíble, dijeron en la televisión, que de hasta 2400 kg. Bara le preguntó a su papá en ese momento qué significaba eso, si la cabeza de cocodrilo pesaba 2400 kg. Papá hizo rodas los ojos y dijo que pensaba que si ambos padres tenían educación universitaria, su descendencia sería capaz de realizar al menos operaciones mentales básicas, y cómo Bara podría imaginar que la cabeza de un cocodrilo pesa 2400 kg, cuando dijeron hace un momento que un cocodrilo de tres metros pesa alrededor de cien kilos. Bara se ofendió y dijo que le parecía extraño, así que por eso preguntaba. Papá suspiró y dijo que una presión de 2400 kg significaba que si Bara le pusiera la pierna en la boca a un cocodrilo y él la apretara, sería como si tuviera 2400 kg sobre esa pierna. A Bara esto tampoco le parecía que tuviera mucho sentido, porque la cabeza no pesaba 2400 kg, ya que todo el cocodrilo pesaba solo 100 kg, pero papá se negó a explicárselo más porque en la televisión dijeron que, aunque el cocodrilo tiene un fuerte agarre, una persona puede mantener su boca cerrada con las manos desnudas. Esto intrigó a papá y declaró que le gustaría probarlo alguna vez y que podrían ir a una granja de cocodrilos en Protivín, en Bohemia del Sur. Mamá insinuó que él podría estar bromeando.

Mamá no desea nada parecido a que su esposo tenga una pensión de invalidez permanente, y le basta con que papá vaya ocasionalmente a montar en bicicleta de montaña, aunque generalmente solo se queje de dolores de espalda, pero por lo menos regresa con el número estándar de extremidades. Papá se ofendió y el resto de la película lo vieron en silencio.

Ahora, Bara podía observar al cocodrilo con sus propios ojos, no en la televisión, y eso irónicmente le causaba cierta alegría. Solo que si el cocodrilo lograra morder al cazador, seguramente lo guardará para esos ¨peores tiempos de mayor hambre¨ en lugar de devorarlo de inmediato, porque primero tendrá que atrapar el segundo plato, es decir, a Bara. Y con un remo de madera, que junto con la red, el arco y la aljaba con flechas yace en el fondo del bote, Bara probablemente no podrá vencerlo. Tal vez podría preparar esas flechas, no es que las disparara con el arco, pero tal vez podría pinchar al cocodrilo en el ojo con una flecha cuando intente subir al bote.

La espuma del agua se hacía cada vez más densa y el combate del cocodrilo se volvía menos salvaje. El cocodrilo y el cazador, o al menos uno de ellos, estaba debilitándose. Sin embargo, aún no se podía determinar quién de ellos estaba sangrando. Y luego, el combate llegó a su fin.

La superficie del agua casi se calmó,

No había ni rastro del cazador ni del cocodrilo.

Bara comenzó a entrar en pánico.

Así es como sucede en las películas de terror, en un lugar inesperado. Talvez el cocodrilo emerja del bote y agarre a Bara directamente por la pierna. Bara se preparó, agarrando uno de los dardos en la mano, lista para clavárselo donde fuera necesario. Luego gritó, ya que algo emergió del agua con un géiser, quedándose de pie y jadeando por aire. Apenas se mantenía en pie.

El cazador no pudo soportar la lucha por mucho tiempo y el combate fue agotador. Bara quería alegrarse, pero las lecciones de las películas eran claras: ¡era demasiado pronto! Todos siempre piensan que ya terminó y, en el siguiente momento, vuelve. Y así, sin moverse, observó en silencio mientras el cazador permanecía en la canoa y no se le ocurrió tomar el remo y acercar la embarcación al cazador. El cazador probablemente pensó que Bara lo haría, así que se acercó a la canoa, la agarró y la llevó al lugar donde mató al cocodrilo.

'Bájate', instó a la cansada Bara.

'Pero allí está el cocodrilo', protestó Bara asustada.

'Está muerto', dijo el cazador. A Bara no le gustaba la idea de entrar al agua, pero él esperó en silencio y a Bara no le quedó más remedio que abandonar la seguridad de la canoa. El cazador se apartó, arrojó la daga al fondo para que no le estorbara a él ni a Bara, y le entregó el remo, ordenándole que sujetara la canoa. Luego se sumergió bajo el agua con cuidado de no cortarse con la daga que sobresalía. En un primer momento, Bara pensó que, como le enseñaron las películas de terror, el cocodrilo estaba volviendo a la vida y ahora se lo comería. Pero antes, el cazador le dio muerte de manera efectiva. Afortunadamente, estaba realmente muerto. Bara estimó que el cocodrilo tenía al menos dos metros, por lo que pesaba aproximadamente lo mismo que el cazador, y este último tuvo mucho trabajo para sacarlo del agua y volver a meterlo en la canoa. Sin decir una palabra, lo tomó y lo puso en la canoa. Él mismo subió después, agarró a Bara por la cintura y la levantó. Dejó el remo, lo colocó en la canoa y, con un movimiento hábil, se encaramó a bordo.

Ahora finalmente ella tenía tiempo para poder observarlos detalladamente a ambos.

El cocodrilo yacía en el fondo de la canoa con la cabeza hacia ella, lo cual no le gustaba mucho a Bara porque sentía el peligro en los dedos de sus propios pies que estaban muy cerca de la mandíbula, de la cual sobresalían afilados dientes blancos en forma de cuña. En sus ojos dorados había una mirada vacía, similar a la que tienen los animales disecados en los museos. En su lomo, habia varias filas de escamas puntiagudas que se convertían en dos altas crestas como las de la cola de un dragón. En la televisión, todo esto lucía bastante bien, pero en realidad, daba bastante miedo.

El cazador aún permanecía en silencio, sentado con la cabeza gacha. Tenía un tono de piel muy oscuro y, mientras el sol brillaba en las gotas de agua que caían por su cuerpo, parecía estar hecho de bronce.

Finalmente, levantó la cabeza y miró a Bara.

Tenía una cabeza con un cráneo bien formado; Bara tuvo que admitir que pertenecía a esos pocos hombres a los que les queda bien el peinado ¨a lo rapado¨. Además, el hecho de que se afeitara el cabello destacaba aún más sus ojos ya de por sí expresivos, tan oscuros que no se podía distinguir las pupilas, y rodeados de pestañas increíblemente largas y densas. Si una mujer tuviera pestañas así, su papá diría que seguramente necesitaría andar llevando un cinturón de armas. Su mamá, de vez en cuando, intentaba curvarse las pestañas con esa gran pinza especial, así como este cazador las tenía ya de nacimiento. Simplemente, no era justo que los hombres tuvieran pestañas así, porque no las necesitan para nada, y nosotras tenemos que ponernos las postizas, opinaba Bara. Sobre sus ojos se arqueaban un cejas muy gruesas, negras y espesas como las alas de un cuervo.

El cazador tenía rasgos y facciones hermosas, pero sobre todo, tenía lo que se llama carisma. Seguramente ya estaba en la categoría de adultos, pero seguramente no tenía tantos años como el papá de Bara.

De su pecho, probablemente provenían algunas contusiones causadas por las crestas de escamas en el lomo del cocodrilo, y pequeñas corrientes de sangre se deslizaban por su blanca falda. Tenía algunas cicatrices en la pierna, rastros de garras de cocodrilo, pero ninguna de ellas parecía una herida profunda. Salió de la pelea exhausto, pero sin lesiones graves.

El silencio duró demasiado tiempo, Bara sentía que habían pasado horas, pero la sombra que proyectaba el lomo del cocodrilo apenas se movía, así que no podían haber sido horas.

"¿Cómo llegaste allí?", preguntó el cazador. Ya no temblaba, pero su voz sonaba cansada.

Así que otro lío, suspiró Bara en silencio. ¿Qué le voy a decir?

"No eres de aquí y no eres de ningún otro lugar que conozca de Takemet", dijo el cazador mientras observaba. "No pareces ser de las tierras conocidas de Tadeshret, como nuestras mujeres, pero tienes un peinado masculino. ¿Quién eres?".

Takemet quería decir, en el idioma que hablaban, Tierra Negra y Tadeshret Tierra Roja.

"Bara", dijo ella, porque eso es la verdad.

    "¿Bá-ra?" el cazador inclinó la cabeza con interés. Lo pronunció un poco como Ba-re, con un tono muy abierto al final, por lo que sonaba como "OHH" ("Sí"), asintió Bara.

    "¿De dónde vienes?", preguntó el cazador. Bara respondió: "De la República Checa".

    El cazador dijo que nunca había oído hablar de ese lugar.

    "¿Perteneces a alguien?", preguntó el cazador.

    "No".

    "¿Alguien te dejó en el bote?"

    "No".

El cazador la miró de manera exploratoria pero no sospechosa. Luego, se rió y negó con la cabeza como si considerara todo esto un poco ridículo y no quisiera lidiar con eso ahora. Tenía una sonrisa contagiosa, dientes blancos brillaban en su rostro bronceado. Bara también sonrió.

El cazador tomó el remo y el bote se dirigió lentamente hacia la orilla. Mencionó que originalmente quería cazar gansos pero que ahora lleva una presa más valiosa.

Bara estaba apunto de sentirse ofendida, porque ella no es ninguna presa, pero después cayó en cuenta que el cazador evidentemente se refería al cocodrilo.

¨Olvidé agradecerte.¨ dijo con voz chillona.

¨¿De qué?¨

¨Por el cocodrilo…me habría devorado,¨ en ese momento se le hizo a Bara un nudo en la garganta y de los ojos le salieron unas grandes y redondas lágrimas en forma de arveja.

¨Eso sí, se dirigía hacia ti.¨ asintió el cazador con su cabeza ¨pero Bastet me llevó a tiempo.¨

Bara quería preguntar quien es Bastet, porque en la canoa ni cerca de ella no había nadie, a quien el cazador pudiera estar llevando, pero antes de abrir su boca, se recordó de algo. Cuando se embarcó en su segunda gran expedición al pasado hacia la antigua Pompeya como esclava, entabló amistad con otra esclava. La llamaban Syrinx, pero en realidad se llamaba Bastethotep, -Bastet está contenta.

Entonces es decir que estoy en Egipto, cayó encuenta Bara. Los egipcios no le llaman Egipto, sino ¨la tierra¨. Y ese río es el Nilo, porque no hay otro río en Egipto, ni lo ha habido.

¡Vaya! Estoy sentada en una canoa con un egipcio de verdad. Tal vez sea Sinuhet o Tutankamen, pues Tutanhamón. Bueno, eso está guay. Egipto es genial.

Bueno, excepto por los cocodrilos, recordó la mandíbula dentada junto a sus pies.

El cazador remaba en silencio y parecía inaccesible. De hecho, durante todo el tiempo, excepto por esa única y encantadora sonrisa, parecía inaccesible. Al principio, Bara pensó que él estaba enfadado con ella porque se aventuró en el pantano, donde claramente no debería estar, y porque tuvo que lidiar con un cocodrilo o porque no le dijo qué estaba haciendo en ese pantano. Sin embargo, estaba ligeramente exagerando el interés del cazador en su persona; el cazador estaba concentrado en maniobrar la canoa de manera segura entre los bancos poco profundos, donde podrían quedar atrapados, y al mismo tiempo vigilaba la superficie del agua para ver si otro cocodrilo acechaba. Además, estaba cansado.

Finalmente, encallaron. El frente se estrelló contra la orilla y la canoa se balanceó un poco con el impacto. El cazador saltó al agua y ató la canoa a un poste que sobresalía en la orilla.

¨Toma tus cosas del bote y ven conmigo¨, le dijo a Bara cuando salió del bote al agua, que le llegaba hasta las rodillas. Así que dejó de lado su intención original de subir directamente a la orilla y esperó a ver qué pasaría. El cazador miró pensativamente al cocodrilo por un momento. Luego se lo arrojó sobre los hombros como si fuera un cordero. Bueno, 'arrojó' no es la palabra correcta, lo metió en sí mismo con un esfuerzo inmenso, y eso unas tres veces aproximadamente. Cuando finalmente lo logró, se quedó quieto por un momento, recuperó el aliento y trataba de guardar el equilibrio con un reptil de dos metros sobre los hombros. Lo sostenía por la cabeza con la mano izquierda y por la cola con la derecha, y parecía como si tuviera una enorme boa escamosa alrededor del cuello asi como esas que se ponían las bailarinas francesas de los años 20. Luego dio un paso y medía cuidadosamente cada siguiente paso ya que si se caía con el cocodrilo al agua, probablemente ya no podría levantarlo de nuevo.

Bara se inclinó dentro del bote para tomar las cosas e inmediatamente sintió mucha náusea, porque en el fondo de la barca había una poza de sangre de cocodrilo, y pues, una red, la daga, el arco y las flechas estaban sumergidas allí mismo. Con un fuerte asco tomó las cosas con las puntas de sus dedos desde la parte que estaba menos ensangrentada, y las enjuagó cuidadosamente en el río, poniéndoselas después en sus brazos con ayuda de un remo. Cuando las estaba lavando se percató de varias cosas.

Las flechas no tenían puntas de metal, sino de hueso.

Tomó la daga en la mano.

Tenía una punta negra, como un espejo brillante y cuando la expuso a la luz del sol, se podían notar como las orillas afiladas eran más transparentes. Eso definitivamente no era de metal. Parecía más bien como una piedra especial o tal vez vidrio negro, pero ¿quién haría una daga de vidrio?

Metió la daga en la vaina junto con las flechas, agarró sus cosas y rápidamente siguió al cazador, quien para entonces ya había subido lentamente a la orilla. En ese momento se dio cuenta de que su vestido tenía rasgaduras casi hasta la cintura, así que estaba agradecida de tener un montón de cosas en sus brazos y, sobre todo, de poder dejar que la red colgara hacia abajo, asegurando con su peso que el vestido no se levantara por delante en caso de que una brisa traviesa quisiera jugarle una broma.

El cazador se dirigía por el camino trillado hacia el pueblo. Tan pronto como entraron entre las casas, la gente se apresuró a su alrededor con gritos admirativos que pertenecían al cazador y con ojos curiosos ampliados, cuyas miradas eran para Bara. "¡Maimose cazó un cocodrilo!" resonaba por las calles. "¡Bastet bendice a Maimose! ¡Maimose, eres un héroe!"

Así es como Bara descubrió el nombre de su salvador. Le llamó la atención porque lo entendía. Sabía lo que significaba. Podría traducirse como ¨Nacido del León¨. Aquel que fue engendrado por el león. Ella, por supuesto, deseaba la gloria de Maimose, ya que todos los lugareños estaban celebrando el triunfo con el cocodrilo capturado. Pero el interés en su persona le resultaba desagradable.

¨¿Quién es esta chica? No es de aquí. ¿Dónde la encontró Maimose? Su piel es casi blanca, como una extranjera. Y su cabello, ¿por qué tiene un corte de pelo de hombre? ¿De dónde viene? Mira, tiene ojos verdosos, como Meritbastet. Pero ella los tiene más como barro de río, marrón y verde!'

¡Puaj, así que tengo ojos de color de barro, eh? Se quejó Bara, porque tantas comparaciones no le parecían muy halagadoras. Ni una sola vez. Trató de ignorar a su alrededor y simplemente seguir a Maimose, pero algunos curiosos incluso se atrevieron a tocarla, a pesar de que ella se esmeraba en fruncirles el ceño de manera amenazadora.

Gradualmente, se les unían más personas, formando una procesión tras ellos. Bara se sentía como ¨pollo comprado¨.

No solo por las miradas indiscretas se sentía muy incómoda.

Muchas de esas personas estaban casi o completamente desnudas. Chicos y chicas de su edad corrían desesperadamente sin ropa, solo con algún adorno alrededor del cuello o pulseras. Todos tenían el pelo afeitado, excepto por un mechón a un lado. Los hombres tenían puestas faldas como la de Maimose, aunque de reojo vislumbró a un hombre con un burro que solo llevaba un delantal corto atado alrededor de la cintura con un cordón que lo tenía amarrado ¨por detrás¨. Afortunadamente, solo era uno que andaba así de esa manera. Además, la mayoría de los hombres estaban maquillados, tenían líneas negras o verdes llamativas alrededor de los ojos, y algunos lucían pelucas con flequillo hasta las cejas. Las mujeres que se maquillaban los ojos igual que los hombres generalmente llevaban vestidos similares a los de Bara, es decir, un tubo de tela con uno o dos tirantes. La diferencia estaba en dónde terminaba ese tubo, ya que a algunas les llegaba debajo del pecho. Y más de una se conformaba solo con la falda. Parecía que habían salido de algún trabajo, con las faldas manchadas hasta las rodillas o desgarradas. No importaba si la mujer era joven o ya una abuela. Se vestían de manera simple, no se sabe si por elección o por falta evidente de recursos. Solo la pobre Bara no sabía dónde mirar de primero.

Maimose se dirigía hacia esas imponentes murallas que ella ya había visto antes desde el pantano. Más que murallas, era una inmensa pared de tierra revestida de ladrillos, que sobrepasaba varias veces las casas de dos pisos y se alzaba sobre ellas como una montaña que dominaba la llanura circundante. Y desde detrás del terraplén aún sobresalía otra construcción. Pasaron por un admirable portal y se encontraron en una amplia explanada. Bara tuvo que detenerse porque nunca había visto algo tan magnífico. Directamente frente a ellos se alzaba algo que no podía nombrar. Parecía la fachada de un edificio gigantesco, incluso más alto que los muros circundantes, con una puerta en el centro más alta que un autobús parado de cabeza, y decorada con relieves de dioses y diosas con cabezas de animales y gobernantes que les ofrecían sacrificios y llevaban prisioneros. Todo en tamaño gigante y colores brillantes. El blanco deslumbrante, el rojo sangre, el verde hierba, el azul celeste, eran colores en tonos ardientes que decoraban a lo que parecía una muralla, porque eso seguramente podría ser una muralla. Era un espectáculo increíble.

Además de la alta muralla central cerrada con puertas, había dos más pequeñas, y a través de una de ellas se dirigía Maimose. Un grupo de personas que lo acompañó hasta aquí se le había ya adelantado, así que él continuó hacia otro patio más pequeño, donde ya lo esperaban.

En el centro de ese espacio, flanqueado por columnas decoradas de derecha a izquierda, se encontraban varios hombres que parecían estar como después de haber pasado por un tratamiento de quimioterapia porque tenían depilado el pecho, los brazos y piernas, y cualquier otra parte ¨visible¨ del cuerpo, incluyendo, quién sabe, si otras partes ¨menos visibles¨, ya que no solo tenían la cabeza completamente afeitada, sino también las cejas. Uno de ellos llevaba una piel de leopardo sobre los hombros. Entre ellos estaba una mujer delgada y encantadora con el pelo y las cejas igual que la mayoría de la gente local. Al igual que la mayoría de las personas aquí, todos tenían los ojos delineados con una línea verde o negra, lo cual le sentaba muy bien a la mujer, pero a Bara aún le parecía extraño en los hombres. Aquellos que se le adelantaron a Maimose, hombres con pieles de leopardo, le explicaban algo con entusiasmo y agitaban las manos emocionados.

¨¡Ya está aquí!¨gritó uno de... bueno, a Bara le gustaría decir aldeanos, pero como era un habitante de una ciudad, probablemente eran burgueses, cuando notó que Maimose pasó por la puerta y corrió hacia él. Casi tropezó con un gato negro que ni siquiera se molestó en apartarse. Por un momento el gato dejó de lamerse el pelaje, miró al hombre con indignación, él se disculpó y el gato comenzó nuevamente a lamerse la pata. Bara se sorprendió al notar que el gato tenía aretes dorados en ambas orejas. Y que no era el único. Al menos diez, no, al menos quince gatos moteados o negros se calentaban al sol, algunos descansaban a la sombra de las columnas, al menos cuatro gatitos intentaban atrapar un escarabajo y varios gatos, especialmente los negros, tenían al menos un pendiente en una de sus orejas. Y todos los esquivaban; los gatos evidentemente parecían estar acostumbrados a este tipo de trato.

Incluso Maimose, con el cocodrilo en el hombro, esquivó con cuidado al gato negro, aunque hubiera sido más fácil apartarlo del camino y ahorrarse esos pocos pasos de más. Bara lo seguía, a veces de puntillas, a veces en los talones, ya que los azulejos de mármol blanco que pavimentaban el patio ardían tanto bajo el sol que no podía soportar estar de pie sobre ellos. A Maimose parecía no importarle, ni a nadie más, a pesar de que todos, excepto el hombre calvo con la piel de leopardo y la mujer a su lado, estaban descalzos. Maimose se detuvo a una distancia respetuosa de ese grupo de ¨rapados¨ .

"Has llegado en paz, Maimose", dijo la mujer, aunque parecía que Maimose esperaba alguna reacción más por parte del skinhead con piel de leopardo con líneas negras alrededor de los ojos, extendiéndose hasta las sienes, resaltando el inusual color de sus ojos, dorados como racimos de uvas maduras.

"En paz,¨ respondió Maimose. Aparentemente esta era la manera de saludar de ese lugar. ¨Traigo un regalo para Bastet", continuó Maimose.

"Bastet te agradece", le aseguró el ¨pelón¨, y la mujer le guiñó coquetamente un ojo, como cuando una mariposa bate sus alas. Aparentemente, eso significaba que Bastet aceptaba el regalo, ya que Maimose, con alivio, dejó caer el cocodrilo al suelo. Hizo un sonido sordo y parecía que Maimose se levantaría, liberándose de ese peso. La multitud detrás de él y de Bara hizo expresiones admirativas y comenzó a acercarse para ver de cerca al cocodrilo. Por supuesto, considerando los destellos del sol, que brillaban en las manchas de lodo en el patio, algunos se sentían un tanto disgustados, pero en su mayoría no lo suficiente como para moverse. Los calvos, excepto el de la piel de leopardo, que lograba mantener una expresión imperturbable, también se acercaron con interés al cocodrilo.

Maimose y Bara se apartaron, o más bien, Bara se escondió un poco detrás de él, ya que la multitud semidesnuda no le resultaba cómoda. Fue entonces cuando notó que Maimose tenía hombros y espalda cubiertos de sangre. No de la suya, sino del cocodrilo, pero aún así parecía aterrador.

"Estás completamente ensangrentado, Maimose", señaló la de ojos verdes, observando al grupo que, con curiosidad y un poco de miedo, miraba al cocodrilo. "Pero estás de pie firmemente y trajiste un cocodrilo aquí, así que supongo que solo son algunos rasguños".

"Tu juicio es correcto, Meritbastet", asintió Maimose. Otro nombre que Bara entendió. Meritbastet significa Amada por Bastet.

"Este cocodrilo", continuó Maimose, "intentó atacar a la chica que deambulaba en medio del pantano. Bastet me llevó allí en el último momento. La chica no es de Takemet, y no sé qué hacer con ella".

"¿Dónde está?" preguntó Meritbastet.

"Se está escondiendo detrás de mí", dijo Maimose, lo cual disgustó a Bara, ya que en primer lugar, no se estaba escondiendo, solo se apartó de los curiosos que se agolpaban alrededor del cocodrilo, y en segundo lugar, ni siquiera sabía que Maimose se había dado cuenta.

Meritbastet se inclinó hacia adelante para ver a Bara tras Maimose, y fue un movimiento tan elegante como cuando el viento acaricia las ramas.

"Aquí estás", sonrió.

"No quería decirme nada acerca de sí misma, solo su nombre", añadió afirmando sin ningún afán por quejarse de ella. Bara todavía se movía incómodamente saltando de un pie a otro, ya que no podía soportar estar de pie sin moverse sobre las baldosas calientes por más tiempo que contar hasta diez.

"Y, ¿cómo es ese nombre?"

"Ba-re", dijo Maimose.

"Bara", lo corrigió Bara enfáticamente.

"¿Bara? Bá-ré", Miró a Bara con una mirada penetrante de olivinos pulidos, y Bara sintió que la estaba leyendo hasta el fondo de su alma. Y que, cuando hablara, seguramente recitaría la dirección domiciliar de Bara, la fecha de nacimiento, el número de teléfono propio y el de sus padres, el último informe de calificaciones, la dirección de correo electrónico e incluso el tamaño de sus zapatos. Porque seguramente sabe quién es Bara y de dónde ha venido.

Pero Meritbastet no reveló la información privada de Bara. En cambio, se dirigió al calvo con la piel de leopardo y dijo:

"Bastet quiere hablar con ella".

Maimose ni siquiera intentó ocultar su asombro, y el hombre que parecía que solamente la inesperada caída de un meteorito en medio de la plaza imperial lo podría sacar de la petrificada expresión de su rostro, se sorprendió diciendo:

"¿Bastet? ¿Bastet quiere hablar con ella?"

"Sí. Esta chica no está aquí por casualidad. Llévala a Bastet, Chenti."

Chenti significaba "líder" y Chenti realmente parecía ser quien daba las órdenes y realmente no estaba acostumbrado a que lo obedecieran. Sus rasgos se endurecieron un poco cuando Meritbastet le dio una tarea, pero lo aceptó.

"¿Estás segura de que Bastet quiere hablar con ella ahora mismo? ¿No la quiere ver hasta la adoración de la mañana? Abrir su santuario fuera del tiempo designado..." Chenti insinuó que molestar a Bastet podría enfadarla si la interrumpían.

"Me temo", dijo Meritbastet seriamente Chenti, "que no hay tiempo que perder. Bastet tiene prisa". "Entonces no debemos molestarla con una pérdida innecesaria de tiempo", decidió Chenti y le indicó a Bara que lo siguiera.

Bara dejó caer al suelo el peso de las pertenencias de Maimose y dio unos vacilantes pasos, si se podía llamar "paso" a ese tambaleante avance. Miró hacia Maimose para ver si él la seguía y en sus ojos vio algo como asombro por lo que había sacado de ese pantano. También percibió algo así como una chispa de respeto o admiración.

"Vamos, niña", la instó Chenti cuando se volvió y se dio cuenta de que Bara seguía realizando sus danzas en el mismo lugar. No le quedó más remedio que alcanzarlo.

Chenti la condujo hacia la entrada de un amplio edificio frente a la puerta por la que habían entrado. A los lados, dos enormes estatuas de gatos se alzaban majestuosamente, ambas con collares de cuentas de turquesa y coral anaranjado en el cuello, y pendientes en las orejas. Las estatuas, al igual que las columnas y los relieves en las paredes, estaban pintadas de negro. Al pasar entre ellas, entraron en una gran sala de columnas, sombría y fresca. Aquí no había nada más que columnas adornadas con relieves y colores. En el techo se abrían como flores. Desde las esquinas sombrías, de vez en cuando brillaban un par de linternas verdes. Dos gatas disfrutaban del frescor en esos rincones, y dos atigrados con franjas negras, con los ojos medio cerrados, se tumbaban con placer bajo la franja de luz que llegaba desde la puerta. A Bara le hubiera gustado acariciarlos, pero Chenti la guió directamente hacia las puertas opuestas. Detrás de ellas se extendía otra sala de columnas, más pequeña, más baja y más oscura que la anterior. En la siguiente, aún más pequeña habitación con un techo más bajo, ya no había columnas. En la luz muy tenue que lograba filtrarse hasta aquí desde la entrada a la primera sala de columnas, Bara distinguía que las paredes estaban decoradas con pinturas coloridas.

Cruzaron las últimas puertas hacia la oscuridad. Bara tuvo la sensación de que las habitaciones se encogían, como si las paredes convergieran una hacia la otra, pero esto se debía a que el espacio en el interior de la habitación era inusualmente estrecho. El suelo parecía subir y bajar ligeramente, como si una enorme criatura inhalara y exhalara bajo la superficie, distorsionando el suelo como si estuviera siendo aspirado por un gigantesco embudo invisible.

Chenti se dirigió hacia las únicas puertas con un sello dorado y las abrió. Después de que Chenti recitara algunas fórmulas incomprensibles mientras estaba frente a la estatua, se postró en el suelo y tocó la frente contra los escalones durante un momento, murmurando en voz baja. Desde la pequeña cámara, que ya parecía más una bóveda que una habitación, emanaba un aroma dulce y embriagador.

"Bastet te espera", se dirigió Chenti a Bara después de un momento y se puso de pie.

"¿Debo entrar?" preguntó Bara.

"Sí, porque Bastet quiere hablar contigo¨. Chenti asintió.

El corazón de Bara latía con fuerza.

Como dicen, los fantasmas no existen, pero molestarlos es una tontería. Los dioses con cabezas de animales tampoco existen, ya que son invenciones de películas en las que las momias vivientes corren por las pirámides, pero tampoco sería prudente provocarlos. Bara simplemente sintió miedo de cruzar el umbral y entrar en el santuario donde reside la estatua dorada. O Bastet. La diosa con cabeza de gato.

"¿Realmente está ahí dentro?" trató de distanciar el momento en el que tendría que hacerlo.

"Por supuesto", sonrió Chenti. "Su ´BA´ se derramó sobre la estatua, así que Bastet puede estar con nosotros aquí".

Así que hay un fantasma ´BA´ por aquí, pensó Bara, y le daba menos ganas de entrar ahora que antes. Tal vez por eso se dice '¡Bah!' cuando alguien quiere asustar a alguien.

"¿Y qué pasa si no voy?" se atrevió a plantear una variante probablemente inaceptable.

"Bastet se enfadará", respondió Chenti, como si fuera obvio, "y nos alcanzará el castigo. No hay razón para que no entres. Ella te está invitando, y eso es un gran honor, quizás mayor de lo que puedas imaginar, chica de tierras lejanas, donde no hay dioses".


"¡Oh, no hay nada que hacer al respecto!", suspiró Bara para sus adentros y, no muy contenta, atravesó las puertas. Chenti las cerró detrás de ella y Bara se encontró en la oscuridad completa. Al principio pensó en empezar a golpear la puerta para que Chenti la dejara salir de inmediato, pero la sorprendió el hecho de que en el momento en que las puertas se cerraron detrás de ella, todo el miedo con el que había entrado en el santuario la abandonó. Como si dentro estuviera en una seguridad absoluta, sin ninguna amenaza y alguien la amara profundamente. De repente, le pareció tan natural; después de todo, la adorable Syrinx, a quien sus padres llamaron Bastet está contenta, no podría llevar el nombre de alguna diosa malvada. Bastet es un gato, y los gatos son tan cariñosos y afectuosos... De repente, una enorme fatiga abrumó a Bara. No era de extrañar después de viajar por el pantano. Se sentó en el suelo y apoyó la espalda contra la puerta. Sus ojos se cerraban, el sueño la envolvía, pero intentaba permanecer despierta porque Bastet quería hablar con ella, y Bara no quería enfadarla. Sin embargo, el aroma embriagador la estaba adormeciendo, así que se acurrucó en el suelo y se quedó dormida. La última cosa que notó fue como una suave piel rozaba su rodilla.

Bara no sabía cuánto tiempo había dormido. Probablemente no muy profundamente porque no soñó nada. Algo la despertó, y no sabía qué. Cuando abrió los ojos, no vio nada más que oscuridad, porque no había nada para iluminar el santuario.

Pero...

Comenzó a distinguir vagamente los contornos dorados de la estatua de la diosa. En realidad, no era la estatua de Bastet con cabeza de gato; ¡tenía una cabeza humana!

Esto desconcertó un poco a Bara, porque seguramente recordaba haber visto la cabeza de un gato en el santuario.

Y la estatua seguramente no parpadeaba.

Bara se sentó.

Más bien, la estatua flotó hacia Bara. No parecía una estatua, sino una hermosa mujer con piel dorada, cabello dorado, ojos verdes, vestida con brillantes túnicas y joyas de colores.

Sus ojos brillaban como olivinos pulidos, y mientras su mirada se clavaba en Bara, esta última sentía como si no hubiera nada más que esos ojos, mirarlos era como entrar en la eternidad.

"Sachmet te llama¨ escuchó Bara la melódica voz femenina, "¡Que el noble corazón y la fuerza del león acompañen el alma de Re hacia el muro blanco; el gran dios fallecido no debe morir!".

Bara no entendía esas palabras;quería preguntar pero no podía abrir su boca. Esos ojos verdes parecían como si quisieran tragarse todo a su alrededor, y después ya todo estaba oscuro de nuevo y a Bara le entraron unas ganas enormes de dormir. Cuando se estaba quedando dormida, sintió como unos bigotes de gato tocaban sus mejillas.

Fue despertada por la luz que se abría paso sin piedad entre sus párpados. Frunció el ceño con descontento y se dio cuenta de que las puertas estaban abiertas. Antes de entrar en el santuario, esta luz le pareció casi oscura. Pero ahora que se había acostumbrado a la penumbra desesperante, esa misma penumbra casi la cegaba. Con las puertas abiertas, también podía ver a través de todas las salas por las que había pasado con Chenti, hasta la entrada de la primera sala de columnas, que brillaba bajo el ardiente sol egipcio como un reflector cinematográfico.

Miró la estatua dorada. Permanecía inmóvil y tenía cabeza de gato.

"¿Te habló Bastet?", preguntó Chenti cuando vio que Bara estaba despierta.

"Creo que más bien fue un sueño", concluyó Bara, y Chenti sonrió.

"Meritbastet estará interesada en tu sueño", la aseguró.

Mientras salían del santuario y se dirigían a espacios cada vez más amplios y luminosos, Bara se sintió un poco incómoda. Era como si alguien la hubiera sacado de su cómodo refugio hacia una llanura inhóspita.

Además, hacía un calor horrible en el patio del templo. No es que dentro fuera especialmente fresco; estaba cálido y con el aire denso, pero en el patio el sol ardía con mucha fuerza.

El cocodrilo y la gente que lo admiraba ya no estaban.

Meritbastet y Maimose estaban sentados en la sombra de la fila de columnas, Maimose apoyado en un pilar, y parecía que o bien estaba medio dormido o estaba fingiendo que la pierna, que Meritbastet estaba cuidando, no era suya. Las heridas en su pecho y abdomen ya estaban tratadas, y ahora Meritbastet le estaba aplicando ungüento en los arañazos de la pierna.

Chenti se detuvo a unos pasos de ellos para no molestar y esperó a que Meritbastet terminara.

"Muy pronto secará," escuchó Bara mientras Meritbastet explicaba a Maimose, "Deja la pomada en esa cicatriz, y cuando tu cuerpo absorba lo que necesita y sane la herida , se despegará por sí misma."

"Gracias, Meritbastet", abrió los ojos Maimose y sonrió, al ver volver a Bara.

¨¡Ya están de vuelta!¨, le avisó a Meritbastet.

Meritbastet se volvió. "Eso es bueno. ¿Bastet habló contigo?"

Bara miró un poco desconcertada a Chenti, pero no parecía que él estuviera dispuesto a responder por ella.

"Me quedé dormida", confesó Bara.

"¿Y qué soñaste?", preguntó Meritbastet, como si ni siquiera contemplara la posibilidad de que no hubiera tenido sueños.

"No entendí mucho", admitió Bara.

"Son pocos los que entienden sus propios sueños", la tranquilizó Meritbastet, mientras ponía en orden los cuencos y las cajas con varias pomadas y medicamentos en una cesta ovalada decorada y rodeada con dos cintas rojas. Estaban atadas en un lazo decorativo y en el extremo tenían cuentas de turquesa y azul oscuro. La cesta tenía una tapa atada a un lado con correas para poder abrirla y una correa para llevarla al hombro.

"Bueno", comenzó Bara con iniciativa sin esperar que Meritbastet inisistiera. "Soñé que la estatua que estaba allí cobraba vida". Maimose la escuchaba con la respiración contenida, mientras Meritbastet se ocupaba de los medicamentos y Chenti mantenía una expresión imperturbable.

"Pero parecía diferente", señaló Bara. "No tenía cabeza de gato, sino una cabeza humana muy común. Solo que toda ella era dorada. La estatua, no solo la cabeza. Soñé que venía hacia mí y me decía una frase extraña".

"¿Sí?", preguntó Meritbastet y tiró de una de las cintas rojas por el ojo en la tapa, luego hizo un nudo en las cinta, haciendo que todo quedara en orden.

"Dijo: Sachmet te llama. Que el noble corazón y la fuerza del león acompañen el alma de Re a los muros blancos; el gran dios fallecido no debe morir".

Meritbastet se quedó inmóvil por un momento. "Noble corazón y fuerza del león", murmuró casi suspirando.

¨¿Qué significa eso, Meritbastet?" preguntó Chenti. "¿Sabes como descifrar esa oración?¨ .


¨¡Maimose!¨ De repente, el espacio a su alrededor se estremeció y se llenó de un grito. En ese momento, la vastedad se abrumó y se dirigieron a esa voz. Desde el portal corría un chico de unos quince años de edad. Era delgado, pero no tan esqueletudo como otros chicos de su edad. No se veía desnutrido, así parecía ya su constitución natural. Tenía también un rostro muy estrecho. Cuando se acercó más, lo primero que vino en mente a Bara era la palabra: gacela. El joven le hacía pensar en una gacela dentro de una enfurecida manada de leones. Muy esbelto, con movimientos graciosos, con un rostro particularmente atractivo y con esos enormes ojos marrones amplificados por el miedo.

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"¡Neferib! " le gritó Maimose. ¨¿Qué estás haciendo aquí?"

El joven fue corriendo a su encuentro casi sin aliento. "Los vecinos me dijeron que te vieron, y estabas completamente cubierto de sangre", "dijeron que habías cazado un cocodrilo". Dijo Neferib con tono entrecortado. ¨¿Estás herido?, ¿Te pasó algo?¿Estás bien?¨

"Estoy bien",lo tranquilizó Maimose. ¨Solo un par de raspaduras. Bastet me protegió.¨

"¡Qué sea grandemente agradecida su amabilidad!", suspiró el joven, aliviado, y se sentó a su lado. Maimose le dio unas palmandas en el hombro.

"Tenía mucho miedo", confesó Neferib y miró de reojo a Maimose para ver si se enfadaba. Pero no parecía molesto.

"El noble corazón y la fuerza del león", repitió Meritbastet un poco melancólica, y Bara se dio cuenta en ese momento de que Neferib significaba "Corazón hermoso" o "Buen corazón" o también "Noble corazón".

¿Entonces ella había soñado con él? Rápidamente bajó la cabeza para que no se notara lo ruborizada que estaba, porque Neferib era verdaderamente encantador. Suave, tierno y, al mismo tiempo, para nada aburrido. A Bara le gustaba, y no quería que nadie lo notara.

"Revelanos qué significan las palabras de Bastet, Meritbastet.¨ Solicitó Chenti.

"Por supuesto", asintió Meritbastet. "El alma de Ra, Bara, es el nombre de la chica. A veces, en lugar de Ra, se dice Ré. Debe dirigirse a las Paredes Blancas porque el Gran Dios está en peligro, y Neferib y Maimose la acompañarán".

"¿Algo amenaza al Gran Dios?" preguntó Maimose con incredulidad.

"Parece que sí, de lo contrario Sachmet no estaría pidiendo ayuda. Temo que ya sea demasiado tarde para algo", suspiró Meritbastet.

"¿Por qué crees eso, Meritbastet?" preguntó Neferib, tan preocupado como Maimose.

"Porque Sachmet habló de que el Gran Dios fallecido no debe morir!¨

¨¿Fallecido?¨ exclamó horrorizado Maimose, mientras Bara intentaba comprender cómo puede alguien morir cuando ya está muerto. Mientras esto parecía algo sin ningún sentido para ella, los demás actuaban como si algo así pudiera suceder.

"¿Cómo podemos ponernos al servicio del Gran Dios?" preguntó Neferib. A diferencia de Maimose, con su corte ¨rapado¨, Neferib llevaba un corte de cabello estilo ¨tazón¨. Se notaba que si dejara que su cabello creciera un poco, se rizaría. "Maimose, sí, él es un cazador y guerrero, es realmente un león, más de lo que Bastet y Sachmet desean, pero yo... solo sé escribir, nada más, y con eso difícilmente puedo salvar a alguien..."

"Las palabras a veces son más fuertes que las armas", dijo Meritbastet, "y nunca sabes qué servicio los dioses requerirán de ti. Maimose es un guerrero y puede vencer al enemigo, Neferib, tú tienes un alma perceptiva y puedes sentir el peligro a tiempo. Vuestra madre os eligió los mejores nombres que pudo."

Así que son hermanos, entendió Bara.

"¿Y esa chica?", Neferib miró a Bara con ojos de gacela y Bara apartó la mirada de inmediato para que no pensara que lo estaba mirando.

Meritbastet se volvió hacia ella y una sonrisa jugueteaba en las comisuras de sus labios.

"¿Quién sabe de dónde y por qué la convocó Bastet? Tal vez solo tenéis que protegerla en su camino y lo que Sachmet pide yace en sus hombros."

"¿Cuándo deberíamos partir?" preguntó Maimose de manera pragmática.

"Se avecinan inundaciones", reflexionó Meritbastet. "Neferiret llevará carga a las Paredes Blancas y quiere zarpar tan pronto como el agua suba lo suficiente. Supongo que en dos o tres días. Seguro que os llevará a bordo. Enviaré a alguien con un mensaje." Neferiret significaba Ojo Hermoso y Bara pensaba que así podría llamarse tranquilamente tanto a Maimose por sus pestañas de abanico, así como a Neferib con su mirada de gacela. Y si esos dos no se llaman así, está ansiosa por conocer a quien lleva ese nombre.

"Eso da tiempo para prepararse para el viaje", asintió satisfecho Maimose. "Sí. Sería bueno si Bara pudiera quedarse con ustedes hasta la partida", dijo Meritbastet. Neferib sonrió. Si la sonrisa de Maimose era encantadora y contagiosa, la de Neferib era el doble. Además, a diferencia de Maimose, que normalmente actuaba como una estatua de piedra, Neferib realmente no escatimaba sonrisas. Bara ya empezaba sentirse como un patito feo junto a él.

"Estaremos encantados de tener viviendo en nuestra casa al Alma de Ra¨. Proclamó con entusiasmo. ¨¿Verdad, Maimose?¨

Maimose asintió con su cabeza. Sin exagerar ningun tipo de alegría.

Bara, en su interior, se despidió del fantsama BA, del cual no es que venga la forma de asustar ¨BAH¨, porque después comprendió que BA quiere decir alma o espíritu. Meritbastet se alzó y lanzó la cesta con medicamentos sobre su hombro.

"Que la bendición de Bastet les favorezca", se despidió y se alejó como si flotara y apenas tocara el suelo con sus ligeras sandalias. Maimose, por un tendido rato, quedó observándola esimismado o talvez también un poco ausente.

"Si alguien pregunta, o quizás solo por curiosidad, diles que yo mismo les he enviado para proteger el templo mientras estén fuera", dijo Chenti.

"Gracias, Chenti", se levantó Maimose.

Chenti aún observaba pensativamente a Bara.

"Sería bueno si no llamara tanto la atención", opinó.

"Aunque todos reconocerán que es forastera por sus ojos y piel, al menos no tendría que llevar un peinado de varón..."

"Haremos algo al respecto", prometió Neferib.

"Podría tener un peinado infantil", sugirió Chenti. "Aún no está madura",

Bara entendió todo de inmediato. Un peinado infantil significaba afeitarse toda la cabeza y dejar un mechón a un lado, como había visto en los chicos de su edad que encontró durante su viaje desde el río.

"¡No, en absoluto!" casi gritó. "No quiero tener la cabeza pelada".

Quién sabe si le volverían a crecer el cabello antes de volver a casa, y ¿cómo explicaría a sus padres que se había afeitado toda la cabeza? La encerrarían en un manicomio o, como mínimo, la castigarían.

"Bueno, entonces peinado infantil no", dijo Maimose. "Neferib prometió que pensaría en algo, así que pensará en algo".

Neferib se rió de cómo Maimose le arrojó hábilmente la responsabilidad por el corte de cabello de Bara, pero no parecía estar molesto. Con el tiempo, Bara descubrió que Neferib nunca se enfadaba. Probablemente, él no estaba ¨programado¨ para eso. Maimose recogió sus cosas, se despidió de Chenti y se dirigió hacia la puerta. Bara prefirió rodear el patio por el pasillo donde había sombra para no quemarse los pies. En el camino, logró acariciar ligeramente a dos gatos atigrados y uno negro. El gato negro la miraba un poco sorprendido, preguntándose quién se atrevía a tocarlo, pero ninguno de ellos la arañó.


Foto VV
Foto VV

Capítulo 9., p. 146 - 150

Alguien estaba allí...

¡Senbi! Bara gritó. Senbi, ¡ayuda! Me persigue.

Ahora se detuvo, porque no tenía la palabra en egipcio para 'momia'.

Pero a Senbi claramente no le importó ni un comino quién o qué la perseguía. ¿Qué haces aquí? Dijo enfadado.

"Eso no importa, yo te lo explicaré después... tenemos que salir!" gritó Bara.

"De aquí ya nunca podrás salir", le aseguró Senbi maliciosamente y colocó la antorcha en el suelo para tener las manos libres.

Dios mío, sintió que su corazón latía fuerte. ¿Qué quiere...?

En el último momento se apartó cuando Senbi se abalanzó sobre ella.

¡Él quiere matarme! pensó ella. ¡Rápido, huir! Pero ¿a dónde? No puede ir hacia la salida, no puede pasar junto a Senbi, y aun si pudiera, afuera está oscuro. Abajo está la momia...

Bara miró hacia abajo. Porque no tenía sentido de otra manera, y también había una pequeña posibilidad de que la momia pudiera deshacerse de Senbi y ella podría esconderse en la habitación... siempre y cuando las momias no comieran gente.

Nadie entraría en la habitación con las momias, así que corrió hacia el sarcófago. Además, la sala con los sarcófagos era más espaciosa, así que podría ocultarse aquí y esquivar al villano. Puso el antorcha en el suelo para que no la molestara, resistió el impulso de meterse en el sarcófago, ya que era muy poco probable que Senbi no mirara allí, y miró a su alrededor para encontrar algo con lo que pudiera defenderse.

Demonios, debería haber visto algo como la lanza de Maimose. Solo que Maimose probablemente tenía la lanza rota en la otra habitación. Lo cual no era una perspectiva alentadora: una momia armada con una lanza era mucho más peligrosa que una momia desarmada. Bara agarró la primera piedra que pudo alcanzar con la mano, decidida a no vender su vida tan fácilmente."

Senbi entró en la habitación y miró a su alrededor. Bara, iluminada por la luz titilante de la antorcha, pudo ver todo fácilmente.

"No hagas tonterías y pon esa estatua en el suelo", le ordenó. Bara negó con la cabeza.

"No podrás salir de aquí", la aseguró Senbi. "¿Crees que no puedo torcerle el cuello a una niña pequeña como tú y esconderla detrás de esos montones de trigo? Mañana todavía no estarás completamente putrefacta, nadie se dará cuenta, y luego nadie te encontrará nunca más."

Senbi se lanzó hacia Bara, pero ella se le escurrió entre las manos.

"¡No juegues conmigo!" le gritó.

Bara le arrojó la estatuilla, pero Senbi la esquivó y la antorcha cayó estruendosamente en el sarcófago. Senbi se lanzó de nuevo hacia Bara, pero esta se movió hábilmente al otro lado de la habitación. Senbi se dio la vuelta para atrapar a Bara, perdió el equilibrio, y mientras la agarraba, pateó la antorcha en el suelo. El aceite se derramó por el suelo y se encendió de inmediato. Bara retrocedió.

Ahora estaban separados por un muro de fuego.

Bueno, un muro.

Más bien un cerco de fuego hasta las rodillas.

Senbi intentó desesperadamente llegar a Bara a través de las llamas, y detrás de él, Bara notó exactamente lo que no quería ver...


En la pirámide de Zoser; foto VV
En la pirámide de Zoser; foto VV
Yo en la pirámide de Zoser; archivo de fotos VV
Yo en la pirámide de Zoser; archivo de fotos VV
Ilustración del libro
Ilustración del libro
Pirámide de Keops; foto VV
Pirámide de Keops; foto VV
Pirámide de Keops; foto VV
Pirámide de Keops; foto VV
La gran esfinge de Giza; foto VV
La gran esfinge de Giza; foto VV
Yo en mi primer viaje a Egipto; archivo de fotos VV
Yo en mi primer viaje a Egipto; archivo de fotos VV
ilustración del libro
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Kom ombo; foto VV
Kom ombo; foto VV
Kom ombo; foto VV
Kom ombo; foto VV
ilustración del libro
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Edfu; foto VV
Edfu; foto VV
ilustración del libro
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Templo de Hatshepsut; foto VV
Templo de Hatshepsut; foto VV
Templo de Hatshepsut; foto VV
Templo de Hatshepsut; foto VV
Templo de Hatshepsut; foto VV
Templo de Hatshepsut; foto VV
Templo de Hatshepsut; foto VV
Templo de Hatshepsut; foto VV
Templo de Hatshepsut; foto VV
Templo de Hatshepsut; foto VV
ilustración del libro
ilustración del libro
De camino a la pirámide de Zoser; foto VV
De camino a la pirámide de Zoser; foto VV
Recinto sacro de la pirámide de Zoser; foto VV
Recinto sacro de la pirámide de Zoser; foto VV
Recinto sacro de la pirámide de Zoser; foto VV
Recinto sacro de la pirámide de Zoser; foto VV
La pirámide de Zoser en reconstrucción; foto VV
La pirámide de Zoser en reconstrucción; foto VV
ilustración del libro
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De camino a la pirámide de Zoser; foto VV
De camino a la pirámide de Zoser; foto VV
Abú Simbel; foto VV
Abú Simbel; foto VV
Nilo; foto VV
Nilo; foto VV
Ilustración del libro
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